Si algo me disgustaba de ser "expatriada" era no volver a casa por Navidad. El típico anuncio no se podía cumplir siempre y los comentarios de políticos y gente televisiva acerca del esperado retorno se me atragantaban. Para poder volver por Navidad se deben dar dos circunstancias: que tengas vacaciones y que tengas dinero. Si estás en Europa la cosa es más fácil, puedes escaparte tres días y los vuelos son relativamente baratos. Si estás en Chile, como nosotros, olvídate. Sólo los días 24 y 25 diciembre y 1 enero son festivos y un billete no baja de 1.000€. De hecho, encontrarlo por ese precio es casi una ganga porque en estas fechas suelen estar por 1.500€. Más de un mes de mi sueldo allí. Sólo un billete de avión.
La Navidad siempre ha sido un lugar de encuentro de primos, tíos, etc. Aunque hay familiares que ya no están me sigue haciendo ilusión reunirme a comer o cenar. Mi marido se sorprende a veces porque mi formación católica es prácticamente nula. Y yo le digo que no tiene nada que ver, aunque pongamos un belén y cantemos villancicos.
Este año, después de dos Navidades en el exilio, pasando los días como si fueran cualquier otro día de la semana, hemos vuelto a celebrar la fiesta en familia. La primera de Lu rodeado de gente y de la que ya se entera algo más.
Disfruto viéndolo jugar con sus dos abuelas, con el abuelo, con su tías, llamarlas, ir detrás, etc. Lu es muy sociable y cuando tiene confianza no para de hablar e interactuar con su lengua de trapo.
Por eso me alegro de no ser más una expatriada. De haber podido volver "de la aventura" como la denominan ciertos políticos. Y aunque aún no hemos vuelto a casa, ahora sí podemos volver por Navidad. Porque 400 km comparados con 14.000 no son nada.
En la foto, Lu en casa de los abuelos viendo el árbol por el que se siente ensimismado, con sus bolas, sus luces de colores y objetos varios.
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