lunes, 12 de marzo de 2018

Colecho y porteo: nuestra salvación

Parece que hoy, en la crianza de un bebé hay dos cosas que "están de moda": el colecho y el porteo. Parece que quien colecha y portea atiende más a las necesidades de su hijo que quién lo lleva "alejado" en el carrito o duerme en una cuna de barrotes.
Yo no quería colechar. Me daba pánico poder aplastar al bebé. En las últimas semanas de mi embarazo me empapé de varias lecturas que iba encontrando en la biblioteca. Pasé de no haberme preocupado en absoluto, a leer todo lo que encontraba sobre crianza. De hecho, uno de los primeros libros que leí fue el del famoso método de dormir de Estivill, y estaba tan verde que no me pareció un método de tortura y de verdad pensé que había que enseñar al bebé a dormir.
Después leí recomendaciones al colecho, y por supuesto también detractores. Yo quería que mi hijo durmiese en su cuna al lado nuestro. Que durmiese en una habitación aparte de recién nacido tampoco me parecía adecuado. Y así durmió su primera semana. Después ya no quiso más. ¡Menos mal que la cuna nos la dejaron! porque algunos dirán que es un elemento imprescindible, pero desde luego a nosotros no nos sirvió de nada, al igual que el capazo.
De repente, Lu ya no soportó la cuna y solo conseguía dormirse en nuestra cama al lado nuestro. Así que debido a mi miedo de aplastarlo (o de que mi marido lo aplastase) nos regalaron una minicuna que se ponía encima de la cama. Y aguantó unos cinco días. Después tuve que comerme mi miedo y colechar. Dos fueron las razones: no quería dormir en ningún sitio que no fuese al lado de su mamá y sus frecuentes despertares hacían que fuese la manera más sencilla de que se volviera a dormir (y por lo tanto yo también). Y eso que durante las primeras semanas me sentaba en una silla a darle el pecho y una vez dormido me metía con él en la cama.
El otro trasto inútil para nosotros fue el capazo del carro. Nuevo lo tenemos. A día de hoy los vecinos recuerdan que Lu lloraba "mucho" porque cuando mi madre lo intentaba sacar de paseo en el carro para que yo pudiese ducharme o simplemente descansar, lloraba. Y cuando al fin se conseguía dormir, después de cantarle, distraerlo con juguetes, cogerlo y volver a meterlo en el carro para evitar que llorase, lo hacía solo durante media hora.
Creo recordar que fue en el grupo de lactancia donde nos hablaron del porteo. Vinieron unas chicas a enseñarnos diferentes métodos de portear y decidimos probar. Primero en un fular elástico y después en una mochila, que ha sido lo que más hemos utilizado desde que Lu nació. Descubrimos que estaba muy agusto y que aguantaba dormido hasta dos horas. ¡Oh, milagro!. Así pues, mi marido pasó a ser el porteador, mañana y tarde. Con frío, calor, lluvia o sol. Daba igual. Cuando él no estaba o no podía, le sacaba yo. Me gustaba la sensación de tenerlo junto a mi, especialmente cuando se dormía y sentía su respiración pausada en mi pecho. Pero también sentía envidia de esas madres que podían pasear a sus bebés en el carro por el parque y hablaban por teléfono, con otras madres o aprovechaban para sacar al perro. ¡Algunas hasta iban a comprar al supermercado con el niño en el capazo, dormido o despierto sin protestar!. A día de hoy aún me queda una espinita clavada en ese aspecto. Veo a madres con el bebé dormido en el carro, en la calle o hasta en un restaurante, y me dan envidia porque es algo que yo nunca pude hacer. Siempre me había imaginado sentada en una terracita tomando una cerveza con Lu dormido en el carro. ¡Error! las terrazas y las cervecitas desparecieron con su llegada. 
Nos volvimos unos expertos del porteo. Conocíamos qué marcas eran mejores, cuáles no eran ergonómicas (nos regalaron una que ni usamos). Dábamos consejos a nuestros amigos que iban a ser padres. Pero aún asi, añorabamos que Lu pudiese ir en el carro de vez en cuando.

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